Músculos de la cara
Vientre frontal del músculo epicráneo
Musculus epicranii venter frontalis
Músculo corrugador superciliar
Musculus corrugator supercilii
Músculo prócer
Musculus procerus
Músculo orbicular del ojo
Musculus orbicularis oculi
Músculo nasal
Musculus nasalis
Músculo depresor del tabique nasal
Musculus depressor septi nasi
Músculo elevador del labio superior y del ala de la nariz
Musculus levator labii superioris alaeque nasi
Músculo orbicular de la boca
Musculus orbicularis oris
Músculo cigomático menor
Musculus zygomaticus minor
Músculo cigomático mayor
Musculus zygomaticus major
Músculo buccinador
Musculus buccinator
Músculo risorio
Musculus risorius
Músculo elevador del labio superior
Musculus levator labii superioris
Músculo elevador del ángulo de la boca
Musculus levator anguli oris
Músculo depresor del ángulo de la boca
Musculus depressor anguli oris
Músculo depresor del labio inferior
Musculus depressor labii inferioris
Músculo mentoniano
Musculus mentalis
Músculo masetero
Musculus masseter
Músculo temporal
Musculus temporalis
Músculo esternocleidomastoideo
Musculus sternocleidomastoideus
Músculo platisma
Musculus platysma
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Anatomía del rostro
Vincular la manifestación de la edad en el rostro con el envejecimiento general del cuerpo no es del todo correcto. La naturaleza no ha fijado ningún patrón o estándar que debamos seguir. Por tanto ¿qué pasa en nuestra cara?, ¿qué procesos influyen en nuestra apariencia?
En esta sección ofrecemos una breve información sobre las verdaderas causas de los cambios que la edad trae a nuestra rostro: la deformación de las estructuras subcutáneas y de su recubrimiento exterior, la piel. Un cambio global en estas estructuras deriva en la deformación de los rasgos faciales y en la aparición de arrugas.
Por qué envejecemos
La naturaleza no prevé la vejez. Nuestros genes carecen de información para saber cómo debe ser nuestra apariencia en ciertos períodos de la vida. El envejecimiento de cada individuo se debe más bien a eslabones débiles genéticamente programados en los sistemas corporales. También depende mucho de nosotros mismos: de nuestros conocimientos, de nuestra actitud hacia la propia salud y de nuestro estilo de vida. Pero tenemos la oportunidad de parecer más jóvenes que los estándares socialmente aceptados en la actualidad.
La cara es uno de los principales indicadores de la edad. Vincular la manifestación de la edad en el rostro con el envejecimiento general del cuerpo no es del todo correcto. El aspecto y las características individuales del rostro a cualquier edad no están determinadas por la piel sino, en gran medida, por la forma del cráneo y los músculos, la inserciones de éstos en los huesos, la adherencia de la piel a los músculos, el espesor de la grasa subcutánea... Es decir, depende de todo lo que constituye la estructura sobre la que se asienta la piel. Y todo este sistema también envejece: cambia la forma del cráneo, los músculos se atrofian y degeneran, los capilares sanguíneos se cierran, los ligamentos se debilitan y estiran…
Según los estudios, hay cinco tipos diferentes de envejecimiento facial: algunas personas pierden elasticidad en los tejidos blandos del rostro, la cara de otras personas se cubre por una red de arrugas (como una manzana asada), el rostro de las personas del tercer tipo se deforma hasta volverse irreconocible, el cuarto tipo es una mezcla y el quinto envejece a edad avanzada.
Nuestra piel se vuelve más delgada con la edad, se oxida, disminuye la cantidad adecuada de grasa subcutánea, pierde colágeno y elastina. La fisiología, la predisposición genética, la edad, el estilo de vida, la alimentación, el clima, el foto-envejecimiento, el tabaco, la exposición a radicales libres, el grado de cuidado de la piel, así como las expresiones faciales excesivas son los factores fundamentales que crean las arrugas y el resto de indicadores del envejecimiento facial. Paralelamente, las cremas caras llenas de bio-aditivos como colágeno, elastina, placenta y hormonas, no logran evitar durante mucho tiempo el proceso de envejecimiento.
La piel, el órgano más superficial, cubre músculos y estructuras más profundas. La condición de los músculos depende del estado no sólo de los capilares sanguíneos sino también de los nervios que inervan estos músculos. Además, los músculos faciales participan activamente en el sistema circulatorio de nuestro cerebro y sus actividades. Por eso es tan importante apoyar el trabajo de los capilares sanguíneos, suministrar nutrientes y favorecer el trabajo de los nervios, de tal modo que los músculos se mantengan jóvenes y los ligamentos, elásticos.
Los músculos mímicos también se caracterizan por responder bien a las emociones. Por su naturaleza, tienen mayor vulnerabilidad al estrés. Cada pensamiento que tenemos provoca una contracción muscular. Cada emoción se refleja en nuestros músculos mímicos. Las emociones a largo plazo inciden en la pérdida del normotono de los músculos de la cara, y por tanto afectan a su estética.
La continua actividad contracción-relajación mantiene el músculo en buena forma. La naturaleza concibe que la relajación se da por sí sola: todo en nuestro mundo se mueve hacia la paz. Pero, con los años, la contracción se vuelve más débil y los músculos pierden gradualmente su tono: aparecen las primeras arrugas y pliegues en el rostro. El músculo se contrae, pero ya no tiene la fuerza suficiente para recuperar su longitud: el tono es demasiado débil para hacerlo. El músculo así debilitado está como en el limbo: ya no puede contraerse adecuadamente para recibir el impulso que le permita volver a la normalidad. En un rostro con un tono muscular debilitado, las arrugas son hipotónicas: los músculos están tan débiles que la piel de la cara no se puede alisar, no hay suficiente tono.
Un rostro arrugado también sugiere la esclerosis de los vasos sanguíneos que irrigan el cerebro. Por eso es tan importante el entrenamiento de los músculos faciales. Al mejorar su tono, mejoramos la circulación sanguínea y, en consecuencia, la condición del cerebro.
Es importante comprender que un músculo débil no es el elástico aflojado de, por ejemplo, unos calzoncillos. No, es eso. Es un músculo acortado y rígido y, para que se contraiga fisiológicamente, debe ser correctamente fortalecido, estirado, restablecido en su conexión neuromuscular y, por último y como consecuencia de lo anterior, relajado.
La verdadera causa de la mayoría de pliegues y colgamientos del rostro es la deformación de la base muscular que se encuentra bajo la piel. Y la piel responde siempre al encogimiento y acortamiento del músculo, al que está íntimamente unido. Cada arruga y pliegue, por tanto, tiene su propio culpable o grupo de culpables.
Es posible visualizar el proceso de formación de pliegues en la cara tomando como ejemplo una chaqueta. La piel de la cara, ceñida a los músculos, es su exterior, y los músculos son su forro. Con una limpieza inadecuada, el forro se encoge, se arruga, y el tejido se ondula y cae. Lo mismo ocurre con nuestro rostro. La pérdida de tono que sufre el músculo acorta su longitud y, desde el interior, tira de la piel. De esta manera, se forman los pliegues. Bajo la influencia de la gravedad, estos pliegues comienzan a colgar y a deformar los contornos de la parte inferior del rostro o a formar „abultamientos“, que es lo característico de los pliegues nasolabiales tensionados de la parte media de la cara.
Y aunque la piel se esfuerza por mantener el tono y se resiste a la fuerza de la gravedad tanto como, por naturaleza, la elastina le permite, la piel sobrante, que no puede encogerse tanto como el músculo, se arruga y cuelga como las mejillas de un bulldog y de otras formas. Es decir, en la mayoría de los casos, no es la piel la culpable sino la pérdida de tono de determinados músculos. Paradójicamente, la piel sana no pierde elasticidad con el tiempo, sino que la conserva durante casi toda su vida, aunque no de una manera evidente a nuestros ojos.
Para rejuvenecer el rostro, debemos restablecer un tono muscular equilibrado. Los músculos recuperan su longitud y forma originales y así le damos al cuerpo la oportunidad de reconstruir compensatoriamente el equilibrio de todos los músculos de la cara. Los músculos débiles adquieren la tensión fisiológica correcta, recobran la posibilidad de un riego sanguíneo normal y renacen.
Debe tenerse en cuenta que, al comienzo del proceso de reequilibrio del tono muscular, puede aparecer un ligera flacidez en el rostro debido a la pérdida del líquido acumulado: se necesita un cierto período de tiempo para que los músculos débiles y rígidos se activen, recuperen el tono fisiológico y reviertan los primeros cambios.
A día de hoy, Patakara es prácticamente el único método en el mundo capaz de restaurar el normotono de los músculos faciales sin manipulaciones innecesarias. Más detalles sobre las amplias posibilidades de este método, en la sección „Sobre Patakara“.
Arrugas mímicas
Las arrugas mímicas se forman por una constante flexión mecánica de la piel y porque, con la edad, se reduce sensiblemente la cantidad de colágeno, elastina y grasa subcutánea. Esto conduce a que el líquido intersticial y la sangre sean empujados hacia los tejidos vecinos que, en estos casos, reciben más nutrientes y se desarrollan más intensamente, haciendo más claro el contraste entre la zona del pliegue y su entorno.
Ese tipo de arrugas surgen en la capa más superficial de la piel, las más grandes se forman en las capas subcutáneas. Con el tiempo, estas últimas progresan, aparecen en la superficie del rostro, y su parte más profunda, en zonas de mala circulación sanguínea, no sólo forma adherencias con los músculos sino que también llega a unirse con la superficie ósea.
La apariencia misma de una arruga se debe a su profundidad real. Pero, por lo general, parecen más profundas de lo que realmente son debido que suelen encontrarse dentro de un pliegue de piel sobrante. Al restaurar la base muscular, la piel se estira, los pliegues desaparecen y visualmente las arrugas se vuelven más finas, quedando sólo su profundidad real.
Puesto que algunos músculos faciales se unen por un extremo al hueso y por el otro a la piel o a otros músculos, cuando se encogen y acortan, tiran, tras de sí, de la piel. Y aunque esta última se resiste, en la medida de la cantidad de elastina de la que aún disponga, los excesos de piel no pueden ya reducirse igualmente y terminan colgando.
Frecuentemente, las arrugas surgen de manera transversal a la dirección de las fibras del músculo acortado, es decir, cada arruga tiene su propio culpable. Algunos ejemplos:
Las arrugas y pliegues se forman en lugares de alta actividad mímica como resultado del permanente trauma mecánico. Durante el curso de la vida, se repite el mismo pliegue de tejido en la unión de bloques musculares. Se crea así una especie de grieta que obstruye el suministro normal de sangre a esa zona. Este proceso se desarrolla siempre de dentro hacia afuera, desde las capas más profundas de los tejidos, y puede observarse ya en la adolescencia.
La red de arrugas y pliegues en el rostro de una persona refleja también el estado de su salud. La piel está conectada con todos los órganos y sistemas: vasos sanguíneos, órganos internos, sistema nervioso central, glándulas endocrinas... Por ejemplo, el estado de nuestros intestinos, su obstrucciones, se reflejan en la frente en forma de arrugas horizontales. Con la eliminación natural y fisiológica de las arrugas de la cara, ayudamos a sanar y rejuvenecer todo el cuerpo.
La cara hinchada
Todo sería mucho más simple si la hinchazón de la cara no entorpeciera la recuperación de nuestra belleza. El desigual relieve de la piel se debe a la pérdida del normotono muscular y del equilibrio músculo-esquelético, y secundariamente a la influencia del exceso de líquido debido a bloqueos vasculares. Si la eliminación de la rigidez muscular no es una tarea difícil, resolver los problemas de hinchazón o edema, en cambio, sí lo es. Eso lo sabe muy bien quién haya sufrido este mal y haya hecho de todo para reducir sus consecuencias.
Las personas cuyo fluido linfático se estanca de manera uniforme por toda la cara pueden parecer jóvenes durante un tiempo a causa de la hinchazón general y la pastosidad de la piel. Pero a partir de los 40 años los tejidos ya no logran mantener esta carga insoportable de agua y toxinas, y caen bruscamente, dejando al descubierto en el rostro grietas y agujeros.
Problemas de linfedema y venoestasis
Podríamos dividir el sistema linfático humano en dos circuitos: uno, en la cabeza y otro, en el cuerpo, orientados el uno hacia el otro. La linfa del cuerpo se dirige hacia arriba y la de la cabeza, por el contrario, se dirige hacia abajo. Ambos flujos de linfa se encuentran en la región torácica, más bien en la zona venosa izquierda de esta área.
La hinchazón de la cara y el cuerpo es causada a menudo por enfermedades sistémicas de los riñones, el corazón, el bazo... Los problemas estéticos de una persona sana pueden reducirse a una sola fórmula: el caudal de entrada del líquido linfático excede el caudal de salida. ¿Razón? Los fluidos venoso y linfático quedan atrapados en los tejidos de la cara y se convierten en edemas: bolsas bajos los ojos, párpados pesados, hernias, pliegues nasolabiales, papada e irregularidades de la piel.
La descarga de líquidos se produce a través de los capilares, los vasos y los ganglios linfáticos. Si éstos no pueden hacer frente al aumento de carga y de residuos, se obstruyen: el liquido entre los tejidos y los vasos se acumula justo allí donde el flujo está bloqueado. Alrededor de los ojos, en los pliegues nasolabiales, en las mejillas, en el mentón, en la mandíbula inferior... bajo todas estas zonas hay ganglios linfáticos. Por tanto, si aparece un edema en estos lugares, significa que estos mismos ganglios linfáticos no trabajan.
La situación empeora cuando los ganglios linfáticos sufren, además, la inflamación crónica de los senos frontales y maxilares, los dientes y el maxilar superior. Los motivos de tener los ojos hinchados, la nariz bulbosa y sin forma y la frente lisa y pastosa suelen ser a menudo enfermedades tales como la sinusitis y la etmoiditis, que se deben al constipado de los senos frontales, maxilares y etmoidales. Incluso enfermedades habituales como el resfriado crónico, la congestión nasal y los dolores de garganta también agravan gradualmente el funcionamiento de los ganglios linfáticos de nuestra cara.
A menudo la hinchazón del rostro es debido a la hinchazón del cerebro. Además del sistema linfático, en la cabeza también existe un sistema de flujo venoso. La estasis venosa en la cabeza es definida por la medicina clásica como un tipo de hidrocefalia moderada provocada por la perturbación del flujo normal de salida de la sangre desde el cerebro o su sobreproducción. La alteración de la salida del líquido cefalorraquídeo es señal de una enfermedad grave o una disfunción que se refleja en la apariencia estética de la cara.
Cuando en medicina la resonancia magnética se convirtió en un método ampliamente utilizado, se reveló que el síndrome de estasis venosa está presente en más de la mitad de la población, ya que puede ser asociado con disfunciones craneales mínimas que sufrimos casi todos. Aunque estas últimas no llegan a discapacitar a una persona, sí con frecuencia perjudican significativamente su apariencia: la cara aparece hinchada, la piel, porosa y gruesa, los ojos se inflaman y surgen bolsas, las cejas se vuelven carnosas... A menudo la causa del abultamiento excesivo de los ojos está en la venoestasis de la región orbital del ojo y no en la genética.
Estiramientos de piel
Sin exageración, se podría decir que el mito del estiramiento de piel es infundado. En la mayoría de los casos, la Naturaleza, haciendo uso de todas sus fuerzas, intenta adaptarse al máximo a cada situación. Incluso sufriendo el agotamiento completo de los recursos fisiológicos, hace todo lo posible por adecuarse a los cambios de volumen y forma. La piel se expone continuamente a un „lifting“ natural, también cuando escasean la elastina y el colágeno necesarios. Y sólo los factores de cambio provocados por el hombre y el medio ambiente pueden interrumpir esta ley de vida.
La destrucción es causada por el hombre, no por la Naturaleza. Sólo el ser humano es capaz de sabotear el proceso de renovación del cuerpo, aumentando con ello, conscientemente o por ignorancia, la influencia de factores negativos. A pesar de la gran disminución y degradación interna de los tejidos faciales debidas a, por ejemplo, la manipulación mecánica al hacer uso de cremas de origen petroquímico, nuestra piel se esfuerza al máximo para cubrir uniformemente el armazón músculo-esquelético tanto como le sea posible. La cantidad de fibras de elastina que permiten que la piel se contraiga y se ajuste estrechamente a los músculos subyacentes está determinada genéticamente. Por lo tanto, la piel de cada persona reacciona de manera diferente. Los eslabones débiles de la cadena genética de cada individuo se manifiestan de diversas maneras. En algunas personas, las deformaciones graves de la piel, aun así, se alisan, en otras se convierten en arrugas, y en unas terceras se convierten en pliegues. La última variante se produce cuando nuestra piel ya no soporta la batalla y se rinde. Justamente son los problemas de acumulación de líquidos o edemas lo que conduce a la piel no sólo a perder sus propiedades elásticas y su turgencia, sino que también la lleva a cambiar de estructura bajo la influencia de la intoxicación.
La frente
El estado emocional de una persona se refleja directamente en la tensión de su frente. Las arrugas horizontales en esta zona del rostro se forman por la pérdida de elasticidad y la rigidez de la musculatura, es decir, por la debilidad y el acortamiento del vientre frontal del músculo occitofrontal (Venter frontalis musculi occipitofrontallis). Estas arrugas, a su vez, alteran la normal circulación sanguínea de la piel de la frente que, con la edad, sólo empeora su estado. El aumento de la presión intracraneal, la distonía vegeto-vascular (o disautonomía), las migrañas… todos ellos son síntomas concomitantes de la pérdida de tono de la musculatura de la frente. La restauración del tono y, como consecuencia, la relajación fisiológica del músculo frontal no sólo elimina las arrugas, sino que también ayuda a mejorar el bienestar.
Las arrugas mímicas se forman transversalmente a la dirección de las fibras del músculo rígido y acortado. La forma en la que ocurre se visualiza claramente si hacemos uso de la manera en que se pliega un estor: al acortarlo, los pliegues de la tela se elevan. Las arrugas de la frente se crean de manera similar.
Las arrugas del entrecejo
Las arrugas horizontales del puente de la nariz son causadas por la pérdida del normotono del músculo prócer (Musculus procerus nasi o músculo del orgullo), que se entrelaza con el músculo frontal. Junto con la caída general del músculo frontal debilitado, también desciende el músculo prócer dando lugar a la formación de pliegues y arrugas transversales.
El hábito de fruncir constantemente el ceño conduce a la aparición de arrugas verticales entre las cejas, que surgen a causa de la tensión del músculo corrugador superciliar (Musculus corrugator supercili). Estas arrugas se crean transversalmente a la dirección de sus fibras musculares.
Para eliminar las arrugas del entrecejo se requiere un enfoque global. Sólo el trabajo conjunto en el cuello, en las áreas superior y posterior del cráneo, la frente, el puente nasal y la línea superciliar, permitirá la completa eliminación de las arrugas, tanto horizontales como verticales, de esta zona.
Los ojos
Las arrugas que aparecen alrededor de nuestros ojos son en parte provocadas por nosotros mismos: por entrecerrarlos, por padecer de miopía, por una expresión facial estática e incluso por el hábito de dormir de lado. Pero el aspecto de los ojos no sólo se debe al envejecimiento de la piel. El sistema músculo-esquelético de la cara, siendo un armazón biomecánico único, reacciona a cualquier cambio de su estructura, y la deformación de un músculo siempre implica a otro. La degeneración del músculo orbicular del ojo (Musculus orbicularis oculi) relacionada con la edad junto con el comportamiento de los músculos adyacentes hace más visible la sensación de ojo hundido.
Hablando más específicamente, la degeneración del músculo orbicular del ojo, como todo músculo circular, se produce tal y como se cierra el diafragma de una cámara fotográfica. Sus „aspas“ se curvan, en el párpado superior, hacia el ángulo interno del ojo, y en el párpado inferior, hacia el ángulo externo, tirando hacia el centro de los tejidos cercanos. Con una deformación particularmente severa de este músculo orbicular, la apertura misma del ojo disminuye notablemente dando la sensación de ojo hundido. La reducción de la superficie muscular origina la formación de piel sobrante: empieza a colgar en los párpados superiores y aparecen pliegues o patas de gallo.
Si la piel del párpado inferior se adhiere estrechamente al músculo, salen arrugas. Y si existe un deficiente drenaje linfático y un exceso constante de líquido entre la dermis y los músculos, se forman bolsas.
Los músculos periféricos también colaboran a empeorar la apariencia de nuestros ojos. La tensión del músculo nasal (Musculus nasalis) conduce a la aparición de los pliegues nasolabiales superiores, ocasionando un alargamiento visual de la nariz, provocando la sensación de que el ojo cae hacia dentro y profundizando el surco nasolacrimal. Como resultado, el ojo parece incluso más hundido y se crea una sombra en la zona del surco nasolacrimal. Si logramos restablecer el tono y la longitud fisiológica del músculo nasal, el surco nasolacrimal y la sombra del párpado inferior desaparecen milagrosamente de inmediato.
Los pliegues nasolabiales
Los pliegues nasolabiales aparecen casi siempre en la parte superior de la cara, junto a las aletas de la nariz, y tienden a crecer y alargarse hacia abajo produciendo mejillas caídas o „de bulldog“.
La creación de los pliegues nasolabiales entraña la participación de un número tan grande de músculos que sería más fácil explicar las causas de las deformaciones si dividimos el área de este problema en tres partes: la superior, la media y la inferior.
Del colgamiento superior de la piel junto a las aletas de la nariz son responsables la perdida del tono muscular del músculo dilatador de la nariz (Musculus dilatator naris) y del músculo elevador del labio superior y del ala de la nariz (Musculus levator labii superioris alaeque nasi), que está parcialmente entrelazado con el músculo nasal (Musculus nasali).
La crispación de la parte lateral de la nariz produce su acortamiento, empujando los tejidos en dirección al ojo: se acumula en esta zona material cartilaginoso y graso, dando lugar a protuberancias y abultamientos. Este espasmo no sólo provoca la hipertensión de los pliegues nasolabiales, sino también el hundimiento de ojos y el encogimiento de los laterales de la nariz: ésta parece entonces más larga y picuda.
Los músculos cigomáticos mayores y menores (Musculus zygomaticus major y Musculus zygomaticus minor) se unen, de un lado, al hueso cigomático y, de otro, se entrelazan en la comisuras de la boca. En caso de pérdida de tono (contracción y relajación fisiológica), los músculos débiles se vuelven rígidos y educen su tamaño: se forma un exceso de piel que crea pliegues nasolabiales.
Los pliegues inferiores surgen principalmente debido a la deformación de cuatro estructuras musculares:
Como resultado de su desequilibrio, se forman pliegues y arrugas en las comisuras de la boca, en la barbilla y en el arco de la mandíbula, además de los mejillas caídas o „de bulldog“.
Los labios
El músculo orbicular de la boca (Musculus orbicularis oris) está en fuerte oposición y bajo la influencia mutua con todos los músculos que se entrelazan con él, y éstos son casi todos los músculos de la región central de la cara. Las arrugas alrededor de los labios se forman a causa del espasmo del músculo orbicular de la boca.
Este músculo orbicular está estrechamente conectado a la piel, así que en esta zona no puede ser separada y alisada. La degeneración de este músculo causa la caída de los labios hacia el interior de la boca, el adelgazamiento de la mucosa oral y juega un importante papel en la formación de las mejillas „de bulldog“, en la caída de las comisuras de la boca y en los diversos pliegues y arrugas que se propagan desde ellas hacia abajo. Estos defectos se originan cuando, por la edad, el músculo orbicular de la boca se contrae hacia el centro y se cierra como el diafragma de una cámara fotográfica. En este caso, las fibras de este músculo se retuercen desde su periferia, causando que los tejidos se compriman hacia el centro y originando la formación de pequeños bultos, sobre todo en las comisuras de la boca.
El músculo orbicular de la boca se parece a una lámina muscular plana con dos capas: una, profunda, y la otra, superficial. Las fibras musculares de la capa profunda se dirigen hacia el centro de la boca de manera radial, esto es, exactamente en la dirección en la que aparecen las arrugas verticales. La capa superficial consta de dos haces de fibra en forma de arcos que pasan a lo largo del los bordes superior e inferior de la boca. Por eso, con la edad, el músculo orbicular de la boca tiende a enrollarse en forma de tubo, quedando tan sólo de los labios unos hilos delgados y marchitos.
Este músculo orbicular es una de las más importantes zonas psicosomáticas del cuerpo. A menudo, su contracción enfermiza viene acompañada por la disfunción de otros músculos circulares del sistema digestivo. Por lo tanto, la recuperación de este músculo facilitará enormemente el trabajo del intestino y redundará en la mejoría de nuestro bienestar psico-emocional.
Las mejillas caídas
Los colgamientos en la región del músculo buccinador (Musculus buccinator), también denominados mejillas caídas o „de bulldog“, se originan cuando la biomecánica del cráneo se ve alterada. Podemos imaginarnos este músculo como una tela estirada sobre un bastidor. La juventud de nuestra cara es la tensión uniforme de este tejido.
Por un lado, en la periferia del rostro, el músculo buccinador se une al maxilar y la mandíbula. Por el otro, hacia el centro de la cara, se entrelaza con el músculo orbicular de la boca y los labios. Debido a las deformaciones músculo-esqueléticas relacionadas con la edad, se produce un proceso de estrechamiento del espacio interno de este „armazón bucal“.
Al perder su tono natural, el músculo masetero (Musculus masseter) cambia de volumen y longitud provocando que los tejidos se desplacen hacia el centro de la cara y el mentón. En la juventud, este desplazamiento aparece como un abultamiento cerca de las comisuras de la boca. Con la edad y con la debilidad constante de los músculos maseteros, el músculo orbicular de la boca también pierde su normotono y se contrae desde dentro, causando que los tejidos se compriman hacia el centro. La piel de la parte externa del músculo orbicular de la boca se vuelve excesiva y cuelga, formando las mejillas „de bulldog“. Visualmente, esta flacidez parece incluso más fuerte debido a la tensión del músculo triangular de los labios (Musculus depressor anguli oris), que conduce a la caída de las comisuras de la boca.
Estos colgamientos de las mejillas no sólo tienen su origen en la cara sino también más abajo. La parte más superficial del músculo cutáneo del cuello (Musculus platysma) se dirige hacia los músculos de la cara, llegando a menudo hasta los músculos peribucales. Las fascias de algunos músculos del cuello están asociadas con las fascias del tórax y el abdomen. La deformación de la postura provocada por la edad ocasiona casi siempre que las fascias del cuello se contraigan hacia el interior, tirando tras de sí de las mejillas „de bulldog“, de los tejidos del rostro y de toda la parte inferior de la cara.
El esfuerzo excesivo del cuello y la torsión de sus músculos producen el aplastamiento de los vasos sanguíneos y linfáticos. Esto origina la acumulación de líquidos y la pastosidad de los tejidos faciales que, a su vez, agravan aun más las mejillas „de bulldog“. Las profesiones en las que una persona está constantemente inclinada empeoran el problema. Se interrumpe el flujo de salida habitual de la linfa de los tejidos y, entonces, hace su aparición, con toda intensidad, la ley de la gravedad.
Al perder su tono natural, el músculo masetero (Musculus masseter) se desplaza del ángulo de la mandíbula y se acerca al centro de la cara y el mentón. En la juventud, este desplazamiento aparece como un abultamiento cerca de las comisuras de la boca.
La línea de la mandíbula
El rostro de la mayoría de los jóvenes se caracteriza por un hermoso ángulo de la mandíbula. Según las proporciones faciales ideales calculadas por Leonardo da Vinci, la mitad de la distancia entre el labio inferior y la barbilla debe formar una línea horizontal con el ángulo mandibular, y éste debe ser de uno 100-110 grados. A medida que envejecemos, la mandíbula pierde el llamado „ángulo de la juventud“. Y el motivo es la deformación y la degeneración muscular, que llevan al cambio de las características faciales, provocando, por ejemplo, la formación de surcos profundos, arrugas, colgamientos... que a menudo transforman tanto los rasgos de una persona que resulta difícil de reconocer.
El envejecimiento se puede dividir en tres tipos diferentes. En todos ellos se produce una degeneración profunda de músculos, huesos y tejidos. Justamente son estos cambios los que influyen en nuestra apariencia.
El grupo de los músculos masticatorios se fijan por ambos extremos a hueso, conectando la mandíbula al maxilar y asegurando el trabajo de la articulación temporomandibular. Con la edad, estos músculos pierden sus tono fisiológico y longitud y se contraen, ocasionando que la mandíbula se eleve en la zona de la articulación y tienda a caer en la región del mentón, lo que provoca a su vez el cambio de pendiente de la línea mandibular. Tal cambio en la posición de la mandíbula conlleva una inversión total de las proporciones del rostro, que se verticaliza. Los tejidos blandos se ven privados de su base muscular, comienzan a colgar y, con el tiempo, la cara pierde sus rasgos característicos.
Este primer tipo de envejecimiento lo sufre el 70% de la población y ya se manifiesta en la juventud. El motivo principal del proceso de la tensión y rigidez de los músculos masticatorios es el estrés de una persona que vive „apretando los dientes“ día y noche. También son característicos del este primer tipo los ojos profundos, una boca pequeña de labios finos y una barbilla retorcida.
En el segundo tipo de envejecimiento de los músculos de la masticación ocurre justo el proceso contrario: se estiran por debilidad. Al ocurrir esto, la mandíbula gira hacia adelante y el mentón se curva aun más hacia arriba, apuntando hacia la nariz. En el caso de sufrir problemas en la columna cervical relacionados con la edad como la hiperlordosis, el maxilar tiende a unirse más con la mandíbula, la punta de la nariz comienza a apuntar hacia la barbilla, la boca se cae aun más hacia dentro y la aletas de la nariz se contraen y, o bien la nariz se alarga o bien se hunde y aplana: visualmente la cara adquiere ligeras características de ave rapaz. Este tipo de envejecimiento prevalece más entre la población masculina. Y, en esta segunda variante, los colgamientos faciales y los pliegues nasolabiales inferiores son menos marcados.
El tercer tipo de envejecimiento es mixto, mezclando características de los dos anteriores.
Trastornos tales como una mordida incorrecta o un desarrollo incompleto de la mandíbula también pueden influir en qué tipo de envejecimiento se desarrolle.
Estética del cuello
Sin miedo a exagerar, podemos decir que nuestro rostro comienza en el cuello: su belleza añade nobleza a nuestra cara y su envejecimiento delata, en primer lugar, nuestra edad. Pero no siempre la apariencia de un cuello joven está determinada por la juventud de su piel. Uno de los indicadores característicos de la edad es una disposición correcta del cuello: la preservación de su forma, equilibrio y flexión natural.
Con la edad, nuestra columna vertebral se deforma, se acorta y se desequilibra. Como resultado, la curva natural de la columna se hipertrofia: las vértebras cervicales tienden a caer hacia el interior del cuello, los discos intervertebrales se aplanan y la longitud del cuello se acorta, lo que deriva en una deformación de la columna cervical o hiperlordosis. En este caso, aparecen arrugas transversales, pliegues en la superficie lateral del cuello, severos colgamientos de piel (cuello de pavo o papada) o, por el contrario, se acumula una gran cantidad de grasa en la barbilla, incluso en casos de ausencia de sobrepreso. Todo ello contribuye a la pérdida del contorno claro del rostro.
El hundimiento de las vértebras cervicales pueden ocasionar la interrupción del flujo sanguíneo. Dolores de cabeza frecuentes, mareos, sensación de pesadez en la región occipital, ruido en la cabeza... son todos ellos síntomas de enfermedad degenerativa de los discos de la columna cervical.
La juventud de nuestra cara —su tono muscular y la turgencia de su piel— dependen del flujo sanguíneo en la columna cervical. Si logramos que funcione correctamente, podremos neutralizar, mitigar y posponer la cadena programada de fallos y anomalías del sistema nervioso central.
A su vez, el estado de la región cervical depende de nuestra postura, de la forma en la que habitualmente mantenemos la espalda y la cabeza. Es más, el aspecto de nuestra cara está directamente relacionado, de una manera u otra, con el equilibrio de los músculos de todo nuestro cuerpo.
La degeneración del cráneo
Nuestro cabeza consta de 29 huesos. Es una base sólida, soporte y marco, en la que toda la estructura muscular se tiende. La mandíbula es el único hueso activamente móvil. Al igual que todos los huesos de nuestro cuerpo, los huesos de la cabeza también tienden a reducir su volumen y, en consecuencia, el volumen mismo de la cabeza disminuye. Esta reducción es especialmente marcada en el centro de la cara, donde se forman los típicos pliegues nasolabiales. En todo momento, la piel tiende a encogerse lo máximo posible y sigue a la cabeza en su deformación, que disminuye en volumen, perdiendo masa y humedad. Pero a la piel le resulta imposible adaptarse perfectamente al relieve que, con la edad, las deformaciones musculares provocan en la superficie de la cabeza. Como resultado, el exceso de piel, incapaz de encogerse, se reúne en pliegues.
Lo mismo que ocurre en la parte media de la cara, sucede con el maxilar y la mandíbula, que se ven afectados por la pérdida del tono fisiológico de los músculos masticadores. Cuando se suministra sangre de manera adecuada al músculo, el hueso al que está unido conserva su elasticidad, humedad y volumen. La rigidez general de los músculos masticatorios causa enormes daños a la mandíbula y lleva a su reabsorción.
Casi todos los músculos de la masticación, como el resto de músculos esqueléticos del cuerpo, se unen a los huesos por sus dos extremos. Con la edad, estos músculos se deforman porque participan activamente en la mímica de la mandíbula y en la mecánica de la masticación (o, al contrario, por una función de masticación insuficiente): pierden su elasticidad, la capacidad de contraerse y relajarse fisiológicamente y, por lo tanto, su longitud fisiológica, lo que conduce a su rigidez. El ángulo de la mandíbula cambia y, aparentemente, las longitudes de su cuerpo y rama, también. La mandíbula es un hueso fundamental de la cara y cualquier cambio en ella afecta la apariencia general del rostro hasta el punto de hacerle cambiar de forma. Los cambios señalados se manifiestan externamente en la laxitud de la parte inferior del la cara: los tejidos blandos también pierden su tono, el óvalo pierde su definición, aumenta la flacidez de la piel de las mejillas, la barbilla y el cuello… todo ello da como resultado la apariencia característica que podemos tener a cierta edad.
El volumen de la cabeza, así como el funcionamiento del cerebro, depende directamente del trabajo de los músculos mímicos y masticadores. Éstos han de mantener un estado de desarrollo adecuado. La pérdida del normotono y de la función fisiológica de los músculos faciales impide el suministro normal de sangre a los huesos de la cabeza, lo que causa a su vez mayor degeneración de su forma y mayor reducción de su volumen.
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